Por Victor Pavón.
La riqueza es obra de los individuos y las empresas que todos los días producen, comercializan, intercambian, elaboran proyectos donde muchos fracasan y otros resultan exitosos, ahorran e invierten, aumentando la producción y la productividad.
Para comprender mejor esta aseveración es cuestión sólo de dar una mirada a lo que ha ocurrido desde la Revolución Industrial a esta parte donde la fórmula para el desarrollo se condensa en un estado limitado y controlado basado en el liberalismo republicano, competencia y libre mercado; lo que significa bajos impuestos, regulaciones razonables, imperio de la ley y el respeto a la propiedad privada.
Sin los citados elementos de la fórmula no es posible mantener en el tiempo ni una baja inflación (de un dígito) ni un mínimo endeudamiento y tampoco la sostenibilidad misma de las finanzas públicas. Sin los citados elementos de la fórmula solo cabe esperar inflación, déficits, endeudamientos; o lo que es lo mismo incertidumbre y desconfianza de los individuos y las empresas para que cayendo el ahorro y la inversión, también caigan el empleo y los ingresos.
El intervencionismo estatal en las variables citadas permite que el poder político crezca al punto de convertir al sector público en un coto de caza al que se desea a toda costa acceder para repartirse el botín, un botín de dinero y privilegios que crece cuanto más Estado y menos mercado existan. Son los saqueadores de riqueza.
Los obstáculos para el progreso están en los incentivos que provoca un Estado (estatismo) cada vez más grande porque agranda la torta de la redistribución de dinero, pero no para la creación de riqueza.
Pero como sabemos está visto que esta secuencia del progreso no es comprendida y sobre todo es rechazada por aquellos que prefieren un modelo diferente de sociedad, la saqueadora, la que les saca por la fuerza a otros el fruto de sus esfuerzos.
Para seguir manteniendo el actual estado de cosas caracterizado por aumentar todavía más la presencia tributaria sobre la gente es el permanente deseo de los saqueadores de la riqueza ajena, políticos y burócratas, algunos de ellos incluso con buena formación técnica para elaborar ideas antojadizas que terminan en rimbombantes teorías cuyo objetivo final es seguir metiendo la mano en el bolsillo de sus prójimos.