Gabriela Teasdale
Presidenta de la Fundación Transformación Paraguay
Conocí recientemente a una ejecutiva de currículum brillante con todo el conocimiento del mundo para triunfar en su carrera. Pero que terminó renunciando a su trabajo por orgullo, por no querer sentarse a dialogar, escuchar y buscar alternativas. Por imponer su punto de vista siempre por encima del de los demás y frustrarse con las opiniones diferentes.
Su problema, claro, era la falta de liderazgo. Ella actuaba muchas veces desde el egoísmo, y eso le generaba un bloqueo mental que le impedía reconocer perspectivas diferentes. San Agustín decía que el fin de la vida era “noverim te, noverim me”, “conocerte, conocerme”.
Es cuando el hombre se conoce yendo al fondo de sí mismo, un concepto muy sabio. Porque el conocernos a nosotros mismos nos conduce hacia el autodominio. Por supuesto que no es un trabajo fácil, ya que implica entender quiénes somos, con nuestros defectos y virtudes. Y eso conlleva el miedo de mostrar nuestras vulnerabilidades, pero también la madurez suficiente para abrazar la responsabilidad sobre nuestra propia vida.
Conocerse implica crecimiento, riesgos, cambio. Cuando no nos conocemos, vivimos un vacío existencial. Nos intoxicamos con el egoísmo que empaña nuestra actitud y alimenta nuestra inseguridad. Una persona que fácilmente opina sobre la vida de otros, que se queja constantemente, que es sarcástica, que se compara a menudo, y que tiene pensamientos poco saludables no tiene claro lo que quiere y ve sus miedos e inseguridades reflejados en los demás. Los seres humanos estamos enfrentando actualmente una crisis de salud mental.
Hay una luz roja que nos indica que debemos detenernos, porque hay algo que no estamos haciendo bien. Hay tareas incompletas, en las que sacamos una nota insuficiente. Y esto se debe en gran medida a grandes carencias afectivas, a heridas que no sanaron, a esa falta de tiempo que nos consume a diario. Hemos dejado de mirar profundamente para entender las necesidades de nuestros hijos, padres, amigos, colegas. Y claro que vamos a tomar este camino si no somos capaces de entender nuestras propias necesidades.
En las empresas y organizaciones con las que trabajamos, vemos un nivel muy alto de frustración, de ausencia de compromiso, de actitudes en las que todo se desecha y nada es para siempre. En las sesiones privadas vemos personas con fuerzas limitadas, sin pasión por la vida, sin saber qué pensar o qué hacer. Y este presente, que se traduce en un alto porcentaje de suicidios, depresión, estrés crónico, nos debería mover hacia una conciencia diferente, hacia esa mirada interna que nos invita a un viaje de conocimiento.
Qué bueno sería tener una radiografía de nosotros mismos y desde ahí trabajar en un plan de bienestar. Porque todo está bien cuando nosotros estamos bien, pero para lograr esto debemos ser intencionales en definir quiénes somos, nuestras prioridades, nuestro camino.
Es muy difícil convertirnos en capitán de nuestro destino cuando no sabemos hacia dónde vamos. Ninguno de nosotros quiere ser recordado como una persona egoísta, fría, desinteresada, superficial, descontrolada, alterada, distante, vengativa, despectiva, celosa, desbocada y frustrada.
Queremos que nos recuerden como personas auténticas, coherentes, prudentes, humildes, sabias, con una visión de vida clara, espontáneas, comprensivas, serviciales, llenas de paz. Las personas cargadas de amor, valores y virtudes son capaces de dar todo esto.
Personas sanas por dentro, que a pesar de los desafíos de la vida se animan a aprender, a tener fe, y se proponen trabajar duro para convertirse en su mejor versión inspirando e impactando positivamente la vida de quienes la rodean. No renunciemos a todo lo bueno que la vida nos regala por estar intoxicados por dentro. Decidamos estar bien y hacer el bien.