Con visión, trabajo, honestidad y responsabilidad, Antonio Luis Pecci Saavedra llevó un sueño nacido en Paraguay hasta Dallas. Hoy, su legado guía a las nuevas generaciones y demuestra que la grandeza no tiene fronteras.
Hay historias que nacen como un susurro y que son tan buenas que ter­minan resonando en el mundo. Así es la de Antonio Luis Pecci Saavedra, el empresario que, con una visión clara y una voluntad de acero, llevó el nom­bre de Paraguay al corazón mismo de la industria global.
Hoy, su legado trasciende y llega hasta el Salón de la Fama de Clark, en Dallas, Texas, un espacio reservado solo para aquellos que transformaron el rumbo de una marca centena­ria con su pasión, trabajo y visión incansable.
Allí, donde cada placa guarda el eco de vidas extraordina­rias, el nombre de Antonio Luis se destaca como un testimo­nio de que la grandeza no conoce fronteras y que un sue­ño nacido en Paraguay puede ilumi­nar el horizonte más lejano.
FOCO Business conversó con Jorge Pecci Miltos, actual presidente de Automaq e hijo del fundador, quien con visible emoción contó que todo comenzó el 21 de junio de 1961, cuan­do en un modesto local de Asunción, Antonio Luis dio vida a Automaq, con­virtiéndose en dealer oficial de Clark y Peugeot. “No había grandes estruc­turas ni ejércitos de empleados, pero sí una idea poderosa: traer a Paraguay la mejor tecnología en montacargas y maquinaria pesada, y con ella, forjar nuevas esperanzas de trabajo para los paraguayos”, expresó.
“Con poco, pero bien hecho, se puede alcanzar todo”, solía repetir don Antonio. Esa simple máxima se convirtió en la brújula que guió cada decisión de su vida y de su empresa. Desde aquellos primeros días, cuando apenas cabían unos cuantos colaboradores, hasta los modernos talleres y ofi­cinas de hoy, la firma ha crecido sostenida por cuatro pilares inquebrantables: visión, trabajo, ho­nestidad y respon­sabilidad.
Antonio Luis Pecci Saavedra, pionero paraguayo, deja su huella en el Salón de la Fama de Clark, en Dallas, Texas.
Estos valo­res que no solo se predicaban, sino que se vivían, señaló Jorge, fueron sembrados por su padre en su familia como en cada uno de los colaboradores.
El reconoci­miento en Dallas fue mucho más que un homena­je. Es el eco de una historia de sacrificio, per­severancia y fe en los principios. Jorge, quien estuvo presente en la ceremonia, aún se emociona al recordarlo. “Verlo a él, solo en la placa que lo distingue como ‘Dealer desde 1961’, entre leyendas de todo el mundo, me hizo sentir que el espíritu paraguayo de trabajo y disciplina puede brillar en cualquier escenario global”, relató, con la voz quebrada.
Hoy, la segunda generación de los Pecci dirige Automaq con la misma pasión fundacional. Y ya asoma la tercera, los nietos de don Antonio, jó­venes con el ADN emprendedor en sus venas, que empiezan a ocupar posi­ciones estratégicas y están listos para llevar el legado familiar hacia nuevos horizontes.
“Este reconocimiento no es un punto final, sino el faro que ilumi­na nuestro camino”, afirmó Jorge. Y es que, para los Pecci, el verdadero éxito no se mide solo en cifras ni en máquinas entregadas, sino en el impacto real en la vida de las perso­nas y en la solidez de los valores que sustentan cada logro.
Mientras tanto, Sara Beatriz Miltos de Pecci Saavedra, madre, esposa y compañera en cada paso, sonríe con el orgullo intacto a sus 92 años. Sabe que este homenaje no solo corona una vida de esfuerzo, sino que renueva el compromiso familiar de seguir gene­rando empleo, innovando y mante­niendo viva la pirámide de éxito que Antonio Luis erigió como legado. “Mi mamá se puso tan contenta con este reconocimiento. Me dijo: Mirá cómo tu papá, siempre trabajador, se dedicó incansablemente a sacar las cosas adelante, dejándoles a ustedes no solo un buen nombre, sino también una empresa sólida”.
Porque al final del día, el verda­dero capital de Automaq no está en las máquinas ni en la infraestructu­ra. Está en el corazón y esfuerzo de cada persona que, día tras día, sigue alimentando el fuego de un sueño que nació pequeño, cruzó fronteras y aho­ra ilumina generaciones enteras.