Gabriela Teasdale
Presidenta de la Fundación Transformación Paraguay
En estos tiempos donde la vorágine parece dominarlo todo, donde los desafíos nos golpean y la incertidumbre nos rodea, detenernos a pensar en la base de nuestras relaciones se vuelve esencial. Y justo ahora, cuando la Semana Santa se acerca, un tiempo de reflexión y recogimiento, estas reflexiones cobran aún más sentido. Cuando me pregunto cuáles son las piezas claves para construir equipos sólidos y relaciones duraderas, tres palabras resuenan con fuerza en mi mente: autenticidad, confianza y respeto.
Hace poco, mientras acompañaba a un grupo de trabajo, presencié una situación que me hizo reflexionar profundamente. Uno de sus líderes, un profesional brillante y una persona de gran integridad, se vio desbordado por la frustración. Sus colaboradores no lograban conectar con la estrategia propuesta ni con su estilo de liderazgo. En un momento de tensión, las emociones lo sobrepasaron y, sin quererlo, sus palabras se tornaron hirientes. El respeto se quebró, la confianza se tambaleó y el liderazgo se resintió.
Como líderes, y como personas, todos enfrentamos momentos difíciles. Las metas que no se alcanzan, las expectativas frustradas, pueden llevarnos a reaccionar de manera impulsiva. Es fácil caer en comentarios inapropiados, humillar o herir los sentimientos de los demás. Pero siempre, siempre, hay una línea que no debemos cruzar: la línea del respeto.
Todos cometemos errores, ¡y vaya que aprendemos de ellos! Pero para aprender de verdad, necesitamos reconocer nuestras fallas, darnos cuenta cuando no actuamos correctamente. Y también debemos darle al otro la oportunidad de ver su error sin dañar su autoestima, con respeto y empatía. Porque todos, sin excepción, merecemos ser tratados con dignidad y valorados por quienes somos.
La grandeza de ese líder, que dirige una organización importante en la región, se manifestó cuando reunió a su equipo y les pidió perdón. Reconoció su error, su arrebato, y les expresó lo importantes que eran para la empresa. Volvió a explicar su estrategia, esta vez con mayor claridad y buscando generar esa empatía necesaria para el trabajo en equipo. Fue auténtico, y esa autenticidad generó confianza y respeto. Demostró que nadie es perfecto, que todos nos equivocamos, y que pedir perdón es un acto de valentía que fortalece el liderazgo.
En estos días previos a un tiempo de fortalecernos desde adentro junto a nuestros familiares y amigos, me resuenan las preguntas que un querido mentor me regaló y quiero compartir contigo para que puedas también analizar cuánto amor le ponés a tu vida y a todo lo que hacés: ¿Te importa lo suficiente... para hacer algo? ¿Te importa lo suficiente la relación con tu equipo para hacer algo? ¿Te importa lo suficiente tu familia, tu país…para hacer algo? ¿Te importa lo suficiente tu propia paz interior? Porque cuando la respuesta es sí, la acción surge naturalmente. Y la acción, como bien sabemos, es la esencia del liderazgo.
A veces, el miedo nos paraliza. Miedo a fracasar, a mostrar nuestras debilidades, a ser auténticos. Pero si queremos superar esos miedos, debemos ser capaces de mirarnos a los ojos del otro, de conectar desde la vulnerabilidad. Un líder verdadero se conoce a sí mismo, inspira con su ejemplo y se conecta con otros seres humanos a un nivel profundo, donde juntos pueden marcar la diferencia. Y en esta Semana Santa, ¿no es acaso ese el mensaje más importante? El mensaje de la conexión, del perdón y del amor que transforma.