Christian Kennedy
Director de London Import
Siempre fui fan de la tecnología. Me gusta experimentar, entender cómo funciona, probar sus límites. Cuando apareció ChatGPT, hice exactamente eso, experimenté. Después comparé modelos. Expandí de la lógica o de los datos, a la creatividad y generé imágenes con la IA. La IA me dio herramientas para hacer cosas que antes no podía. Y todavía lo hace.
Pero lo disruptivo deja de serlo cuando se masifica. Lo que antes era innovación se vuelve estándar. Y lo estándar, mediocre.
Alineemos conceptos.
IA: Inteligencia Artificial.
Mediocridad: De calidad media (con tendencia a malo en un mundo que evoluciona).
Revisen LinkedIn. Muchos artículos o reflexiones no son más que prompts bien formulados. Alguien le dice a la IA “escribí esto”, y el modelo, que solo organiza información según patrones, devuelve un texto limpio, aparentemente sin errores, pero sin el alma de quién lo pública.
En Instagram, muchos community managers han encontrado en la IA su mejor aliada. Los copies de las marcas y los posteos siguen fórmulas repetitivas. No importa la industria, el tono o el producto, se repiten contenidos sin voz propia.
¿Mejoró la calidad promedio? Sí.
¿Es bueno que ahora cualquiera pueda hacer lo que antes era exclusivo de unos pocos? Probablemente.
Pero, cuando todos tienen acceso a la misma herramienta, la diferencia ya no está en la tecnología, sino en quién la usa, cómo la usa y con qué la alimenta.
Además, sumemos riesgos. Si usás IA para escribir sobre un tema que no conocés, ¿cómo sabés que es correcto?
La IA no piensa ni verifica mayormente, solo predice palabras en función de patrones previamente etiquetados. Puede generar respuestas erróneas o incluso inventadas. No porque quiera hacerlo, si no porque no sabe hoy cómo hacerlo mejor que eso. Si no tenés criterio ni conocimientos previos de un tema, no vas a notar la diferencia.
Además, ¿sabías que ya hay detectores online para predecir si algo fue escrito por IA? ¿Y que hay softwares aún más avanzados para detectar esto en las úniversidades?
Esto nos lleva a una pregunta clave: ¿estamos atrofiando nuestra capacidad de pensar?
Si todo lo que consumimos sigue las mismas estructuras y fórmulas, terminamos con una mediocridad de pocas variaciones. Es como si todas las cocinas del mundo tuvieran solo cinco ingredientes. No importa quién cocine, mucha diferencia no hará en lo que saque.
Peor aún, si la IA sigue aprendiendo de sí misma y generamos nuevo contenido basado en información que ya proviene de la IA, terminamos en un círculo cerrado, un eco de lo mismo. Llevemos a lo “palpable”. Pasó lo mismo que con la nobleza europea y los Habsburgo, la “pureza genética” en los animales: repetir los mismos elementos lleva a la degeneración del sistema.
La clave no es pelear contra la IA, sino aprender a usarla mejor. Sumarle vos para que te sume a vos.
Si antes, con lo mínimo, podías destacarte, ahora no. Ahora te va a superar alguien que ni siquiera tiene tu experiencia, pero que sabe cómo usar la IA de forma más estratégica.
Para no quedar atrapado en esta nueva mediocridad, hay que hacer lo que la IA no puede.
Saber conectar conocimientos y experiencias previas de manera única.
Hacer preguntas que la IA no se hace.
Ir más allá del resultado generado, analizarlo, contrastarlo y enriquecerlo.
La IA no reemplaza a las personas con criterio. Reemplaza a las que no lo tienen y potencia a las que sí. Y así nos elevamos sobre la nueva mediocridad.