Olga Valdez
Directora Operativa. Agencia Eco
Este artículo comenzó cuando me descubrí diciendo una y otra vez que este año, diciembre, se adelantó. No sé si a ustedes les pasó, pero en este 2024, la corrida de fin de año pareció comenzar desde meses antes. Por momentos, la cantidad de compromisos me abrumaba. Sin embargo, al reflexionar sobre esto, me di cuenta de algo valioso: esa aparente “locura” tiene un propósito mucho más importante de lo que solemos reconocer.
Los seres humanos somos criaturas de ciclos. Estos son esenciales para el cerebro porque nos permiten organizar nuestras experiencias y darles un significado. Cada vez que cerramos una etapa, ya sea un año, un proyecto o un período significativo, el cerebro aprovecha esa oportunidad para procesar lo vivido, aprender de ello y prepararse para lo que viene.
No es casualidad que en distintas culturas existan rituales marcados por calendarios: desde la celebración de un nuevo año hasta la costumbre de hacer balances personales o profesionales. Estas prácticas, más allá de ser tradiciones, cumplen una función crucial.
Desde el punto de vista neurológico, establecer hitos de cierre activa áreas del cerebro relacionadas con la recompensa, lo que genera una sensación de logro y propósito. Este proceso no solo nos ayuda a reflexionar sobre lo que hemos logrado, sino también a reducir el estrés al brindarnos una sensación de control frente a la incertidumbre.
En términos simples, los ciclos son un mecanismo natural que le da a nuestra mente la pausa necesaria para asimilar lo aprendido. Son pequeñas oportunidades de reinicio que nos motivan a seguir adelante con más claridad y confianza.
Aunque pueda parecer superficial, estas actividades nos ayudan a conectar con nuestro entorno y con nuestros propósitos. Esos cierres simbólicos son una manera de recordar que somos capaces de cambiar, mejorar y seguir adelante. El simple hecho de hacer un balance mental o compartir un brindis con amistades o familiares genera un efecto poderoso: nos llena de energía para enfrentar lo que viene.
Así que, aunque la locura de fin de año nos exija más tiempo, más esfuerzo y tal vez más paciencia, hoy puedo decir que creo firmemente que vale la pena. Es un caos productivo, un recordatorio colectivo de que el tiempo sigue su curso y de que siempre hay una oportunidad para empezar de nuevo.
Por eso, hoy me declaro a favor de la locura de fin de año. Sí, a favor de los encuentros que se enciman en la agenda, de las mil conferencias para mostrar resultados, y de los recuentos fotográficos que saturan nuestros feeds. Porque todo esto nos ayuda a mentalizarnos de que podemos aprender de nuestros errores, celebrar los logros (grandes y pequeños), y prepararnos para volver a empezar.
Así que, respiremos hondo y… ¡Nos vemos en el brindis!