Gabriela Teasdale
Presidenta de Transformación Paraguay
El “kintsugi” es una técnica centenaria de origen japonés que consiste en reparar las piezas de cerámica rotas con una resina mezclada con polvo de oro, plata o platino. En un video que me cautivó esta semana, el conferencista Yokoi Kenji Díaz explicaba que los japoneses utilizan este método como una manera de salvar sus piezas valiosas, pero también como una filosofía de vida.
Cuando por ejemplo una taza de té se rompe, ellos tienen la oportunidad de salvarla profundizando sus grietas y resaltándolas. La convierten en una pieza única con la característica de que esas grietas, esos pedazos que quedaron tras la caída, se observan a la luz, no pueden esconderse y están recubiertos de un metal precioso. El mensaje me resultó muy potente: ante un evento que puede dejarnos hechos pedazos, es posible recuperarnos, pero sin esconder las grietas, profundizando en las heridas para que no sanen en falso, pegándolas con el perdón y dándoles un nuevo propósito. El resultado es una nueva taza mucho más valiosa de la original por su singularidad, por su capacidad de resiliencia.
Esto que puede sonar muy lindo en la teoría, en la práctica puede llegar a ser muy difícil. Primero hay que juntar todas las piezas para que esa restauración resulte exitosa. Este es un proceso complejo porque a veces podemos pensar que sanamos, que todo eso que nos hizo daño pasó, pero conservar rencores escondidos, son filtraciones que a la larga surgen y terminan arruinando la pieza entera.
El tiempo es un elemento fundamental en las culturas orientales. La autora francesa Christine Cayol asegura que a diferencia de nuestra cultura que lo asimila como una sucesión de etapas y ajustes para producir un resultado, el tiempo para los orientales puede ser más o menos rápido o lento según lo requieran los objetivos y exigencias.
Los orientales se sumergen en la ola del tiempo en lugar de intentar dominarla, asegura. Entonces no podemos establecer un tiempo para reparar esa pieza que se destruyó: dependerá de cuántas piezas quedan como resultado de la caída y cómo pueden ensamblarse. Una vasija hecha añicos demandará evidentemente más tiempo en ser reparada que una que se quebró a la mitad. No podemos pretender restablecernos de un golpe fuerte al otro día porque esa sanación probablemente no será genuina y las grietas mal pegadas nos seguirán acechando. Aquí el valor del perdón adquiere una importancia significativa. Cuando perdonamos de una forma superficial, estamos reparando una pieza que en poco tiempo se va a volver a resquebrajar. Cuando perdonamos de una manera profunda esas heridas van a sanar.
El siguiente paso, no menos importante, es el propósito. Darle un propósito a ese nuevo recipiente ensamblado. Hacer algo con esa historia de superación, compartirla para que otros no tengan que sufrir las mismas caídas o para que se sientan acompañados. Así que cuando enfrentes un acontecimiento que te hace pedazos, recordá que es posible superar las adversidades, recuperarse y sobrellevar las cicatrices.