Es interesante mencionar que el concepto de calificadoras de riesgo no es algo nuevo y que de hecho tiene su origen a finales del siglo XX, en Estados Unidos. John Moody (más tarde Moody’s) realizó las primeras calificaciones de bonos corporativos (1909), dado el desarrollo de la industria ferroviaria y ante la necesidad de emitir bonos para su financiamiento.
Posteriormente, surgieron otras como Fitch Publishing Co. (1916) y Standard and Poor’s (1922). Es así que desde entonces, en los mercados de capitales, la principal referencia a la hora de tomar decisiones de inversión, sin lugar a dudas, son las calificaciones crediticias proporcionadas por las llamadas calificadoras de riesgo o agencias de “rating”.
De hecho, las mismas se han transformado en una parte esencial del ámbito financiero, puesto que son organizaciones especializadas en la evaluación del riesgo de crédito, sean estas del sector público o empresas del sector privado que buscan financiamiento a través del mercado de capitales, aplicando metodologías propias para evaluar en forma cuantitativa y cualitativa, y asignar una calificación o “rating” que normalmente está representada con un código alfabético (AAA, AA, A, BBB, etc.).
Dicho de otra manera, las calificaciones que obtiene una empresa son el resultado del análisis de un amplio conjunto de información sobre el emisor, teniendo como base la información suministrada por el mismo, la cual debe ser precisa y transparente; se evalúa también el entorno económico, los riesgos de la industria, las perspectivas de futuro de la compañía, entre otros aspectos; una vez valorada la empresa, la calificadora puede proporcionar una puntuación de solvencia y de probabilidades sobre la capacidad de cumplimiento de las obligaciones financieras.
En el mercado de capitales, el emisor es el cliente de las empresas calificadoras de riesgo; obtener una puntuación de su empresa servirá de referencia a los inversores en sus decisiones, permitiéndoles informarse de manera rápida sobre el riesgo asociado a su elección y, por supuesto, al nivel de remuneración que podría obtener.
Aquellos emisores con mejor calificación pueden llevar adelante la colocación de títulos de manera más ágil y obtener recursos inclusive a más largo plazo, entre otros beneficios. Recordemos que una de las ventajas del mercado de capitales es justamente la posibilidad de ajustar los plazos a las características del proyecto que está requiriendo financiación.
Y es así como la función de las calificadoras de riesgo constituye un elemento fundamental para el desarrollo de una economía y son considerados grandes promotores de la transparencia de la información. Aquellas empresas que transitan el proceso de calificación tienen mayores posibilidades de entrar a los mercados de capitales y, por supuesto, reducir los costos financieros al acceder a fuentes de financiamiento más flexibles.
Por todo lo expuesto, es claro que la calificación de riesgos proporciona grandes ventajas, impulsa a una mayor transparencia y uso de la información, establece la cultura de riesgo en la inversión, permite a los inversionistas asumir decisiones de manera consciente sobre los riesgos que asume y aporta al desarrollo del mercado de capitales.