Alfredo Pajés
Country Human Resources Officer del Citi
Es sabido que la creatividad nace desde el mismo momento en que los niños comienzan a dar sus primeros pasos y a mostrarnos todo ese mundo imaginario que solo ellos son capaces de crear, de ver y de sentir. Eso se da porque en el cerebro de los pequeños se pueden generar múltiples conexiones cerebrales que están en pleno proceso de formación.
Por eso los niños desarrollan un excelente potencial creativo porque su cerebro es mucho más receptivo a los estímulos del entorno, tienen una capacidad que les ayuda a expresarse de una manera única, a desarrollar un pensamiento abstracto, a resolver conflictos y relacionarse con los demás de manera positiva, actitudes que se potenciarán a lo largo de la vida siempre que tengan buenos cimientos. Algo que es tan sencillo para ellos en la vida adulta se nos comienza a complicar. ¿Por qué?
Los adultos nos complicamos más porque ya contamos con una experiencia previa que hizo que desarrolláramos preconceptos que manipulen de una manera distinta nuestras reacciones y tendemos a pensar dos o más veces antes de hacer algo, nos preocupa más lo que dirán o pensarán los demás, aparecen los complejos, las limitaciones, los pensamientos irracionales, etc. Por eso cuando queremos “CREAR” tenemos que sentarnos en ronda como si fuéramos parte de una tribu ancestral invocando una lluvia de donde caigan nuevas y extraordinarias ideas (braindstorming) que permitan incrementar las ventas, optimizar el tiempo de respuesta para nuestros clientes, rentabilizar aún más la compañía, ahorrar más en gastos, etc. Sucede en las empresas, en las familias, en las relaciones de amigos, en todas partes.
Lo que para los niños es tan sencillo como la curiosidad por querer aprender cómo funciona el mundo, la sensibilidad al manifestar una conexión o apertura ante situaciones, la fluidez en sus pensamientos al desarrollar una gran capacidad para evocar distintas ideas, palabras y respuestas, la originalidad para buscar diferentes respuestas o soluciones; para los adultos todas estas cuestiones parecieran ser cosas que solo pueden darse mediante una guía o producto de cursos interminables de formación y desarrollo.
Y para graficar les comento una experiencia personal. Mis niños, que no son pocos, siguen teniendo clases en un formato de burbujas por lo cual una semana van al cole y la siguiente quedan en casa. Eso significa que el coworking familiar continua en este formato de pandemia bajo un sistema híbrido. La mesa del comedor se ha convertido en una gran mesa de trabajo colaborativo donde se mezclan marcadores de colores; cartulinas e hilos de lana con planillas electrónicas, documentos que revisar y facturas que pagar. Esa mesa es un mundo donde lo imaginario, lo creativo y lo real conviven en perfecta armonía haciendo una caótica película al más puro estilo hollywoodense.
Algunos días son bastante tranquilos pero aquellos días en los que las clases de guaraní e inglés se mezclan con los ejercicios de matemáticas y las entrevistas de trabajo son sencillamente terroríficas. Y eso que no estoy agregando condimentos adicionales como las señales intermitentes de internet, el ladrido del perro y el timbre de la puerta que puede significar hasta el envío de un sobre importante desde la oficina o la oferta callejera de un vendedor ambulante. Recuerden, casi que estamos en una película de Spielberg.
Uno de esos días de intenso trabajo colaborativo se me había perdido uno de mis compañeritos de trabajo. Cuando miro hacia su computadora veo una hoja en blanco pegada por la pantalla y detrás la profesora explicando la clase del día a todo volumen. No sabía lo que estaba pasando. Busqué al alumno perdido de dicha clase y lo encontré en el baño, a apenas unos pasos de nuestro espacio de laburo. Volvió el toque, sacó la hoja que estaba pegada a la pantalla de la notebook y continuó su clase. Cuando hizo eso, me pude percatar que en la hoja que yo pensaba estaba en blanco del lado que daba a la pantalla estaba escrita la siguiente frase: “Profe, me fui al baño, ya vuelvo”. Me caí como Condorito en sus locas tiras cómicas. Plop!.
El momento del almuerzo fue propicio para hacer una revisión de esa primera parte del día. Definitivamente entendí el mensaje del papel blanco pero lo que no entendí era porqué lo había hecho. El temor a una negativa en la libreta por ese sencillo gesto era una posibilidad y quería estar preparado para los argumentos a la profe del cole ya que como encargado del coworking la directora de la casa me lo podía reclamar. Ese día yo estaba de guardia.
Agus me explicó después lo siguiente. Desde hacía un buen rato estaba con muchas ganas de ir al baño, el micro de la notebook no estaba funcionando, la profe estaba explicando una clase super importante y escribirle por el chat interno no era una opción ya que ella no iba a leer el mensaje al mismo tiempo que daba la explicación. Como no quería que le ponga una negativa por “abandono de clase sin justificación” y él tampoco estaba en condiciones de seguir aguantando sus ganas, se le ocurrió escribirle un mensaje en el papel blanco y pegárselo en la pantalla para que en lugar de ver su imagen la profe pudiera ver el original aviso.
Impresionante. Una salida creativa, diferente, original, inesperada ante una situación que requería una solución rápida, impostergable, utilizando recursos limitados a su disposición. El papel suplantó el mensaje de texto que no se iba a leer, a la imagen que sí se podía ver, al micro que no funcionaba. Resultado: no hubo negativas. Todos nos salvamos.
A lo que quiero llegar, sin dar más vueltas, es que en el mundo de los adultos necesitamos más reacciones creativas para poder solucionar nuestros conflictos personales, laborales, académicos, del tipo que fuera. Soluciones rápidas, sencillas y efectivas que nos permitan avanzar, que nos dejen hacer que las cosas fluyan en vez de hacerlas o verlas más complejas de lo que realmente son. Estamos demasiado acostumbrados a complicarnos la existencia cuando a veces un sencillo papel en blanco como el de arriba puede significar la continuidad de las relaciones y la mitigación de cualquier tipo de conflicto o de errores. Piénsenlo.
Todos tenemos un niño interior. Algunos lo tenemos más dormido que otros, pero seguro está ahí. Él tendrá una visión diferente de las cosas y podrá aportar soluciones diferentes, se adaptará mejor a los cambios y presentará una mejor capacidad de reacción. Procura ponerte en su lugar para que veas que solucionar problemas es mucho más sencillo de lo que parece. Definitivamente es momento de contratar a nuestro niño interior.