Gabriela Teasdale
Presidenta de la Fundación Transformación Paraguay
@gabyteasdale
Hace cerca de un mes tuve la fortuna de compartir escenario con grandes líderes de Paraguay y otras partes del mundo, en una conferencia en la que intentamos proporcionar al público herramientas para sobrellevar el momento desafiante que todos, en mayor o menor medida, estamos enfrentando debido a la pandemia. Son tiempos de cambio, de reflexión, de renovar energías, de reposicionarnos en el camino que nos toca vivir. Y quiero compartir con ustedes parte de esa intervención en la que hablé sobre cómo construir un legado y puse como ejemplo una de las experiencias que más me marcaron en la vida: escalar el Kilimanjaro, la montaña más alta de África.
Cuando iniciamos un proyecto, una familia, cuando nos animamos a cumplir un sueño, estamos decidiendo subir una montaña. Para subir la montaña debemos tener clara nuestra meta, nuestra visión, hasta donde queremos llegar, por qué hacemos lo que hacemos.
Cuando estaba en Tanzania sabía que mi meta era llegar a la cima del Kilimanjaro. No tenía dudas. Tenía claro que eso era lo que quería lograr y me sentía segura, emocionada y muy feliz con ese desafío.
Entonces, el primer punto a considerar en este proceso de construir un legado creo que es la visión: ¿Tenés identificada una visión para tu propia vida, tu familia, tu empresa?
A medida que iba avanzando hacia la cima del Kilimanjaro, el camino se hacía difícil. El recorrido era interminable. Caminé horas y horas en medio de las bajas temperaturas y una altura que me ocasionaba fuertes dolores de cabeza. La seguridad, pasión y felicidad que sentía al inicio empezaron a transformarse en angustia, inseguridad, frustración y tristeza. Mis pensamientos negativos comenzaron a controlarme. Me sentía impotente, sentía que las dificultades consumían mi energía y empañaban mi visión.
Y llegó un momento clave en el ascenso: el quiebre, el llanto, la vulnerabilidad. Creo que todos podemos identificar un instante así en la consecución de un objetivo. Fue allí cuando Baraka, mi guía, el que abría camino hacia la cima, me observó y reconoció lo que me pasaba. De una manera simple y sabia, Baraka me aconsejó que hiciera una pausa y me tomara un tiempo para considerar el valor que en ese momento necesitaba fortalecer. Y me dijo que regrese junto a él cuando haya logrado obtener una respuesta.
En medio del dolor físico, el cansancio y las ganas de abandonar la carrera, le hice caso a mi guía y pensé que no podía perder la esperanza. Ese era el valor al cual quería aferrarme. La esperanza me hizo volver a lo más importante: la visión, la meta. Hizo que volviera a creer en mí misma. Enfrenté a Baraka y asumí el compromiso de continuar. Sonreí y reconocí que cada mañana, al levantarme, tenía que elegir con qué actitud enfrentar la montaña. Porque la actitud marcaría la diferencia entre avanzar hacia la cima o renunciar a mi visión.
Cuando asumí los desafíos y me enfrenté a mis propias limitaciones también entendí que no estaba sola. Detrás mío había un equipo que me ayudaba, se preocupaba por mí, que trabajaba duro para que pueda enfocarme en mi objetivo. Éramos todos uno.
Fueron seis días muy difíciles en los que avanzamos con visión, esperanza, actitud y trabajo en equipo. Seis días con un sinfín de enseñanzas que definitivamente enriquecieron mi liderazgo. Un liderazgo que iniciaba dentro mío, un liderazgo que me hacía mirar a la montaña convencida de que la iba a conquistar. Un liderazgo que me enseñó que los objetivos se conquistan superándonos a nosotros mismos.
Llegar a la cima fue un proceso de luces y sombras, de seguridades y miedos, de luchas profundas. Pero finalmente celebré esa victoria. Una victoria que marcó un antes y un después en mi vida. Una victoria que le dio sentido a todo. La montaña me conectó con mi propósito, con mi propia fuerza interior, la montaña simplemente me transformó.
Frente los desafíos que nos tocan vivir en la actualidad, es bueno preguntarnos: ¿Qué montaña tenemos que liderar hoy? Porque para construir un legado, debemos superar la montaña, debemos transformarnos para transformar. Y todo sucede un día a la vez. Por eso, no nos cansemos de caminar. Porque mientras lo hacemos, vamos dejando huella