Jorge García Riart
Director académico el Centro de Políticas Públicas de la Universidad Católica.
La palabra elegir se define en el Diccionario como seleccionar, preferir o designar. Supone, para la persona, una racionalización de las opciones que existan, de la información que se tenga sobre los candidatos y de la voluntad o libertad que se posea para acometer el acto.
Si no existen opciones, o no hay información o tampoco autonomía, no hay elección. Está claro que en democracia la pluralidad, la transparencia y la libertad son valores sustantivos que deben atravesar un proceso de elección como el que estamos involucrados.
Para la toma de decisiones, muchos agentes sociales colaboran: los medios de comunicación ofrecen información sobre las opciones; los vecinos y los parientes comentan sobre las candidaturas; y últimamente las llamadas encuestas de percepción dan pistas sobre perfiles.
Las encuestas son en general un instrumento de medición de la opinión pública. Permiten recoger datos del electorado. Diseñado con criterio, metodología coherente e independencia de juicio, pueden convertirse en fuente de información para la toma de decisión.
Pero las encuestas en tiempo electoral no están bocetadas para el ciudadano o la ciudadana que tiene que elegir, sino para el candidato o la candidata interesado/a que tiene que valorar su posicionamiento; son utilizadas como instrumento de propaganda, no de información.
Lamentablemente, se han producido perversiones en los últimos años en nuestro país en el caso de las elecciones municipales. Se ha implementado, por ejemplo, la técnica de la encuesta para dirimir la titularidad de uno u otro aspirante en los últimos procesos electorales.
De esto modo, si se hacen preguntas en la calle o por teléfono, es lógico que un presentador de televisión sea más popular que un especialista en gestión pública, porque el primero tiene más tiempo de exposición ante las audiencias de interés.
Este tipo de encuestas, en realidad, no miden la decisión del ciudadano/a; sería muy burdo hacer creer que así es. Miden básicamente el flujo de información que atraviesa el contexto del encuestado. Por ello, las respuestas pueden variar entre horas y días de la misma consulta.
Se dice exactamente que las encuestas de opinión pública reflejan el estado de opinión, en un determinado momento, tiempo o lugar, según sea el grado de influencia a los canales formales o informales de información.
Por eso, también, siempre este tipo de encuestas tienen un porcentaje determinado de indecisos o NS/NR los cuales, del modo en que se publican, parece que son los votos probables que le faltan a uno y los votos posibles que le sobran a otro.
Las encuestas que muestran a determinados “pingos” en primer lugar dan una sensación falsa de decisiones ya tomadas. Por eso, es necesario regularlas o controlarlas para que no incidan en el comportamiento del electorado o en el resultado de los comicios.
La democracia en sí es un flujo de constante información. No está exento, cierto, de contaminaciones o de liquideces. Es decir, como en todo proceso de comunicación se producen ruidos mientras que los valores se diluyen: los programas electorales se esfuman y la racionalidad del voto se instrumentaliza.
En estas nuevas elecciones municipales, todos/as estamos llamados a fortalecer la democracia, local, cercana, próxima, porque es en el barrio, en la compañía, en el pueblo y en la ciudad donde nace el genuino sentido de las decisiones públicas.
¡A informarse con precisión! ¡A votar con conciencia! ¡A decidir sin presión!