Lea Giménez
Economista y exministra de Hacienda
Durante los últimos 15 años, el aumento de la conectividad y el auge de las redes sociales han terminado con el estilo de comunicación unilateral y unidireccional de los gobiernos del siglo XX. Los ciudadanos están ahora más conectados que nunca. Esto no solo ha hecho más visible dos flagelos sistémicos y persistentes que son la desigualdad y la corrupción, sino que también ha permitido que los ciudadanos expresen su descontento -sobre el tema que sea- de manera más efectiva.
La pandemia llegó en ese contexto. Provocó incertidumbre, una gran desaceleración económica a nivel global y local, una mayor fragilidad fiscal, desempleo, y exacerbó las preexistentes vulnerabilidades socioeconómicas. Las restricciones de movimiento agregaron una barrera adicional para acceder a los servicios públicos. Muchos niños quedaron desconectados del sistema educativo, lo que significa un retroceso en la educación. Del mismo modo, no todos los trabajadores pudieron darse el lujo de trabajar desde sus casas. Muchas empresas no estaban preparadas ni para operar en línea ni para soportar largos períodos de confinamiento. En general, los trabajadores vulnerables y de menores ingresos dejaron de trabajar o continuaron trabajando en condiciones precarias, quedando más expuestos a la pandemia. El cocktail que produjo la pandemia a nivel micro es bien tóxico: suba en la pobreza, desempleo, choques de salud, caída de ingresos, acentuación de brechas y de la desigualdad.
El entorno actual está obligando a todos a repensar el funcionamiento del gobierno, del empleo, de la educación Economistade la gobernanza. De manera similar a la crisis financiera global de 2008, la pandemia de Covid-19 ha puesto de relieve la mayor interconexión y exposición a riesgos globales (financieros, económicos, ambientales, políticos y sociales); la necesidad de gobiernos eficaces para abordar crisis a gran escala; y la relevancia de líderes preparados, eficaces, estratégicos y empáticos para liderar el camino a seguir.
¡Son muchos desafíos! ¿Por dónde empezamos?
Trabajo coordinado y en equipo. El Estado debe convertirse en un facilitador, capaz de establecer marcos que promuevan y aseguren la participación de todos los actores que deben estar involucrados en el proceso de formulación de políticas: los hacedores y los afectados. Las instituciones públicas deben adoptar mecanismos de coordinación entre agencias, niveles de gobierno y sectores para facilitar el tratamiento integral y coordinado de desafíos complejos. Por ejemplo, la pobreza o la desigualdad no se pueden abordar con programas desconectados o descoordinados. Las viviendas sociales, transferencias condicionales, programas de alimentación y los mismos servicios de salud, educación, empleo y seguridad deben ser pensados en forma integral, como un conjunto de herramientas para atacar las causas y consecuencias de estos desafíos. Las instituciones deben aventurarse fuera de sus silos y deben poder trabajar en redes si quieren tener éxito en el cumplimiento de su misión establecida. Por ejemplo, deben establecer estructuras de trabajo y coordinación permanentes y acuerdos de gobernanza colaborativa para hacer frente a los flagelos complejos de manera eficaz y sostenible.
Liderazgo para ciudadanos del siglo XXI. Hablando de recetas, la política pública no necesita Masterchefs, pero sí requiere que la sociedad debata y acuerde sobre qué ingredientes incluir y luego apoye la implementación de las fórmulas consensuadas. Para ello, necesitamos un liderazgo eficaz, con capacidad de comunicarse efectivamente con ciudadanos empoderados y diversos, con capacidad de inspirar y de compartir el poder y las responsabilidades con todo el equipo, con capacidad de colaborar entre sectores y fronteras, adaptarse a entornos cambiantes, exhibir integridad e inteligencia emocional, gestionar para obtener resultados y promover y asesorar nuevos líderes. También necesitamos que nuestros líderes nos representen. Un liderazgo que no es representativo no puede promover el crecimiento inclusivo. La diversidad y la inclusión no son una moda, son ingredientes indispensables en el siglo XXI. La literatura muestra, por ejemplo, que una mayor diversidad en la composición de la administración pública asegura que el capital humano disponible tenga mejores capacidades para impulsar políticas que atiendan las necesidades de los diferentes grupos de la sociedad, lo que a su vez está vinculado a una mejor entrega de los servicios públicos a la ciudadanía.
Innovación. Nuestros desafíos también exigen un pensamiento innovador (¡lo que es innato para los paraguayos!). Joseph Schumpeter planteó en 1934 la importancia de la innovación para el crecimiento cuando desarrolló la “teoría de las innovaciones”. Habló de cómo la economía y la sociedad cambian cuando los factores de producción se combinan de una manera novedosa y que esto, a su vez, es clave para el desarrollo empresarial y el crecimiento económico. En palabras muy simples: más innovación es igual a más desarrollo. Pasó tiempo antes de que algunos países de la región se aventuraran a adoptar formalmente este concepto en el sector público. En 2019, 40 países, incluidos Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, México, y Perú, adoptaron la Declaración sobre Innovación en el Sector Público. Esta Declaración marca un punto de inflexión en la visión de “cómo hacemos gobierno” y es el resultado de la experiencia y la evidencia que se recopiló a lo largo del tiempo. Los países firmantes entendieron la necesidad de evolucionar la cultura del sector público. Esta relativamente nueva visión sugiere que el foco debe estar en el ciudadano, en las personas. Propone un enfoque sistémico y multisectorial. También habla de co-creación, involucrando a los usuarios en la construcción de soluciones.
Avanzamos mucho como país, pero todavía tenemos muchas tareas pendientes. Estamos en un punto de inflexión y depende de nosotros elegir el norte. Es una oportunidad que no podemos desperdiciar y es responsabilidad de todos.
Para mí, el trabajo coordinado y en equipo, el liderazgo para ciudadanos del siglo XXI, y la innovación son tres ingredientes indispensables. Necesitamos muchos más. Y vos, ¿qué ingredientes propones?