María José Cabezudo
Presidenta Fundación Saraki
Hay historias lindas, hay otras divertidas. Y hay historias que no solo son eso, son verdaderos testimonios de vida, de lucha, de perseverancia y de decir, “yo puedo, soy más que esto, nada me detendrá”.
Un ejemplo de ello es el testimonio de vida de Edgar Daniel Gayoso. Él llegó a Saraki en una patineta, pero no parado, sino sentado sobre ella, ya que no puede mover las piernas y la prefiere usar en lugar de una silla de ruedas. Nació con una enfermedad llamada osteogénesis imperfecta, más conocida con el nombre de “huesos de cristal”, ¿por qué se la denominada así?, por el hecho de que los huesos se rompen con gran facilidad.
Vivió y se malcrió en la bella ciudad de Itauguá, en la casa de su abuelo. Siempre fue un niño inquieto y alegre. No permitió que la situación que le presentaba su enfermedad le saque la alegría y las ganas de jugar y vivir. Le encantaba meterse en la cancha de futbol de su barrio y jugar con sus amigos, sin embargo, esto tenía consecuencias. Edgar pasaba mucho tiempo en el hospital de la ciudad, lo que le impidió poder ir como los otros niños a la escuela y menos aún, al colegio. Pero esto nunca lo desanimó, ni mucho menos buscó que los demás sintieran lástima por él, al contrario, lo hizo fuerte, valiente y supo visualizar en la vida cada una de las oportunidades que la misma le ofrecía.
¿A que quiero llegar con su testimonio?, a que en la vida hay momentos bisagras que nos dan la posibilidad de creer más en nosotros mismos. Y con Edgar, un momento de esos fue a los 15 años, cuando, por medio de un movimiento juvenil católico, comenzó un importante camino de autodescubrimiento, que lo ayudó a tener más autoconfianza y por ende, mayor fuerza de voluntad para enfrentar los desafíos y los obstáculos que se le presentaban y seguirían presentando en su vida. Es así como en este grupo fortaleció su vida social, y se decidió, a sus 18 años, iniciar su escolaridad, cursando el primer grado.
Pensando en Edgar, afirmo que la vida nos da siempre momentos que nos marcan, pero para ello debemos tener el valor de asumir los desafíos tal como él lo hizo. Independientemente de su discapacidad, Edgar decidió crecer y ser exitoso en su vida profesional y personal. Movilizándose en una patineta, hoy busca transmitir a través de sus conocimientos y su experiencia de vida, a jóvenes con discapacidad de todo el país, que como él tienen ganas de progresar y superarse.
Edgar, a sus 36 años es un joven talentoso, trabajador, y recientemente, un feliz padre de familia. Ojalá todos aprovechemos en la vida ese momento que nos anima a superarnos y a ser mejores personas rompiendo nuestros propios límites.