Gabriela Rojas Teasdale
Presidenta de la Fundación Transformación Paraguay.
@gabyteasdale
Creo no equivocarme al decir que todos conocemos una de esas personas especialistas en poner excusas. “Llegué tarde porque el tráfico estaba horrible”; “no pude cumplir con el plazo porque me quedé sin internet”; “no usé tapabocas porque ninguno estaba usando”. Pero este es un buen momento para entender que no hay excusas para poner excusas. En tu trabajo, en tu entorno familiar o en cualquier otro lugar. Cuando llegás tarde a una reunión y pedís disculpas diciendo que “el tráfico estaba de terror”, date un momento para pensar en lo que estás diciendo.
Culpar al tráfico no te libera de haber hecho esperar a otras personas que sí llegaron en el horario establecido.
Podrías haber salido antes, podrías haber administrado mejor tu tiempo sabiendo que el tráfico últimamente siempre es “de terror”. Si lo hubieras hecho así, en lugar de poner excusas estarías diciendo: “siento llegar antes de lo acordado, pero salí súper temprano y no había mucho tráfico”. Y si el mundo funcionara así, nadie tendría excusas y todo fluiría de una manera mucho mejor.
Muchas veces la presión del tiempo nos hace vivir de manera desordenada.
Eso afecta lo que hacemos y nuestra propia imagen. Hay personas a quienes identificamos como impuntuales o irresponsables para determinadas tareas, como hay otras a las que admiramos porque llevan la escarapela de la puntualidad y tratan de manejarse de una manera correcta y responsable.
Cuando pienso en las clases de excusas, me gusta dividirlas en dos categorías: las convincentes y las sutiles. La excusa convincente de que el perro se comió mi tarea suena más o menos así: “Lamento mucho haberme perdido nuestro almuerzo juntos, pero mi secretaria marcó la fecha equivocada en la agenda”. La traducción sería: “No es que haya olvidado la fecha del almuerzo, no es que te considere tan poco importante como para que el almuerzo contigo se me haya escapado.
Es solo que mi secretaria es distraída e inepta”. Terminé culpando a mi asistente porque me fue realmente difícil asumir la responsabilidad de no haber aparecido nunca a aquel almuerzo. El problema con este tipo de excusas es que rara vez nos salimos con la nuestra, y no es una estrategia de liderazgo eficaz.
Las excusas más sutiles aparecen cuando atribuimos nuestras fallas a alguna característica genética que aparentemente está alojada en nuestro cerebro. Hablamos de nosotros mismos como si tuviéramos defectos genéticos permanentes que nunca se pueden alterar. Seguramente escuchaste estas excusas y lo más probable es que hayas usado algunas de ellas: “Soy muy impaciente”; “aquí todos nos manejamos por la hora paraguaya”; “siempre dejo las cosas para último momento”; “tengo un temperamento fuerte”. Habitualmente detrás de estas declaraciones agregamos el famoso: “¡qué voy a hacer si soy así!”.
Me sorprende la frecuencia con la que escucho a personas brillantes y exitosas hacer comentarios autocríticos sobre sí mismos. Es un arte sutil, lo hacen sin darse cuenta de que se están estereotipando a sí mismos y usando eso para poner excusas frente a un comportamiento inexcusable.
Nuestros estereotipos personales provienen con frecuencia de historias o creencias preconcebidas sobre nosotros mismos que se han conservado y repetido durante años, a veces desde la infancia. Estas creencias pueden tener poca o ninguna base de verdad, pero se registran en nuestra mente y nos llevan a generar expectativas bajas sobre nosotros mismos, que luego, de alguna manera, se convierten en profecías autocumplidas.
La próxima vez que te descubras diciendo: No soy bueno en tal cosa, probá preguntarte: ¿Por qué no? Esto no está vinculado solo a nuestras aptitudes para las matemáticas o la ciencia. También se aplica a nuestro comportamiento.
Disculpamos nuestra tardanza porque nos hemos retrasado toda la vida, y nuestra familia, amigos y colegas nos permiten salirnos con la nuestra. Estos no son defectos genéticos. No nacimos así y no tenemos por qué ser así.
Si podemos dejar de excusarnos, podemos mejorar y avanzar de manera ordenada y enfocada hacia todo lo que nos proponemos en la vida. Porque las excusas nos limitan a vivir con excelencia.