Gabriela Teasdale
Presidenta de la Fundación Transformación Paraguay
Todos en algún momento hemos pasado situaciones desafiantes, momentos de tensión y de dolor, tanto a nivel personal como profesional. Hace un par de semanas recibí a una cliente de coaching que me decía: “ya no puedo más, el estrés me está consumiendo”. Entonces hicimos un recorrido por todo lo que le generaba agobio y salieron a luz varios incidentes que experimentó en menos de seis meses: un nuevo trabajo, un divorcio y la enfermedad de una amiga muy querida. ¡Imagínense toda la carga emocional que generó en tan poco tiempo! Y el hecho de no haber trabajado en el momento en sus procesos internos la llevó a tener esa sensación de ahogo, de que no podía hacer nada para sentir un poco de bienestar.
El estrés nos afecta de muchas maneras, tanto física como emocionalmente, y en diferentes intensidades. Mi clienta me manifestaba en nuestra sesión que todos los días se levantaba con fuertes dolores de cabeza, no podía concentrarse, tenía constantes cambios de humor y a cada rato se encerraba en el baño a llorar.
Existen cientos de estudios que confirman que el estrés puede ser dañino cuando es crónico o traumático. El estrés crónico tiene que ver con eventos que persisten sin descanso, mientras que el traumático es un solo evento abrumador y desgarrador. El estrés excesivo o prolongado puede provocar enfermedades cardíacas y problemas de salud mental como ansiedad y depresión. Pero existe un estrés que puede ser positivo, que nos hace estar más alertas y nos ayuda a desempeñarnos mejor en determinadas situaciones.
Es un disparador para que asumamos la responsabilidad de nuestra vida desde la comprensión y el crecimiento personal. Pequeñas cantidades de estrés pueden crear una poderosa resiliencia, por ejemplo, en un evento incómodo, en el que nos ayuda a fortalecer nuestras habilidades para regular las emociones. Por eso hablamos de que el estrés es beneficioso sólo si es de corta duración.
El estrés es inevitable en la vida moderna, pero es posible identificarlo y controlarlo. Cuando lo manejamos de la manera correcta, evitando entregarle nuestro poder, a la larga nos fortalece.
Una de las dimensiones de la inteligencia emocional es la inteligencia intrapersonal que nos invita a conectar con lo que nos pasa desde la observación, lejos del ruido y en ausencia del juicio.
En momentos de estrés, es importante hacer una pausa para evaluar las señales de alerta:
Darnos cuenta qué efecto está teniendo en nosotros ese problema que nos acucia. No ignoremos las advertencias físicas.
Identificar las causas. Con calma, tratemos de observar para reconocer si hay probabilidad de mejora y cómo podemos reconducirnos para lograr bienestar.
Revisar nuestro estilo de vida. ¿Estoy dándole mucha manija a mis pensamientos? ¿Qué tiempo me dedico a descansar, a disfrutar de los aprendizajes que cada situación me deja? ¿Estoy en movimiento o tengo una vida sedentaria?
Te invito a que hagas una evaluación desde tu propia conciencia para tratar de entender los eventos que te generan estrés, sus causas, y que determines qué podes sacar de positivo de esa circunstancia. Asirte a ese aprendizaje y desechar lo demás, es un ejercicio que nos ayuda a prepararnos para un futuro mejor.