Hans Karl Janz
CEO de Alpacasa y presidente de la Cámara de Comercio e Industria Paraguayo Alemana – AHK.
No hables de política, religión y fútbol, dicen. Hace unas semanas, en una cena familiar, puse sobre la mesa un “tema sensible” como lo llaman hoy, más que nada para discutir sobre algo distinto y generar un debate sano de ideas. No muy grato fue mi planteamiento y al terminar la cena, la frase mencionada me fue confirmada: las conversaciones sobre ideologías políticas, religión e incluso valores, no terminan bien últimamente. Pero, ¿por qué estamos tan poco tolerantes a discutir debatir o incluso escuchar ideas contrarias?
La libertad de expresión es un principio que apoya la libertad de un individuo o un colectivo de articular sus opiniones e ideas sin temor a represalias, censura o sanción posterior y es reconocido como un derecho humano por las Naciones Unidas. Si bien este principio data desde el siglo V, su aplicación como derecho en la vida moderna es relativamente nueva. Hoy, con la tecnología que nos permite tener una voz pública, la libertad de expresión es más aplicable que nunca, pero con el derecho de expresarnos, nace un nuevo fenómeno, el rechazo a la escucha.
Hoy, estamos más conectados que nunca, pero con niveles de empatía tan bajos que solamente si nuestra opinión coincide con la del grupo, hay libertad de hablar, pero si el grupo no comparte nuestra visión, nos vemos obligados a quedarnos callados, mimetizarnos.
La teoría del silencio de Elisabeth Noelle-Neumann describe en parte esta “mordaza social” explicando que el temor al aislamiento o al rechazo es el principal motivo por el cual callamos nuestros puntos de vista cuando intuimos que no coinciden con los de la mayoría. La científica describe que, de esta forma, “la vida social consistiría en una especie de sometimiento de las opiniones de las minorías a las mayorías”; una especie de dictadura.
Es así que, en medio de tanta conexión, podemos observar tanta desconexión de lo humano; donde se habla mucho de diversidad y tolerancia, pero ¿la aceptamos realmente? Porque esto va más allá del miedo al rechazo; los que conformamos la mayoría silenciosa preferimos no expresar nuestra opinión para no “pelearnos”; y es que cuando no hay argumentos, o, mejor dicho, cuando a la necedad se le acaban los argumentos, la violencia y el insulto se convierten en su método y razón.
En tiempos de cambios sociales, es importante animarnos al debate, a sacarnos valientemente la mordaza social, pero recordando siempre que, con el derecho de hablar, tenemos la responsabilidad de escuchar.