Gabriela Rojas Teasdale, Presidenta de la Fundación Transformación Paraguay
@gabyteasdale, www.liderazgo.com.py
Mi hija tiene en su habitación un envase de vidrio en donde todos los días deposita un pequeño escrito sobre las diferentes emociones que va reconociendo en ella durante la jornada. Trabajar con los adolescentes en el manejo de sus emociones es fantástico, es prepararlos para que el día de mañana puedan ser seres auténticos y, sobre todo, puedan entender por qué sienten lo que sienten. Ese mismo ejercicio lo hago yo de manera diferente. Tengo un cuaderno en donde registro mis emociones y respondo a una serie de preguntas que me ayudan a observarme y vivir intensamente ese camino de convertirme en la persona que quiero ser. En definitiva, en la mejor versión de mí misma.
Muchos venimos de un modelo de crianza en donde nuestros abuelos o padres le decían al varón que llorar era cosa de nenas y a las niñas la trataban de histéricas si manifestaban rabia o enojo. El consejo de “calladita te ves más bonita” fue limitando nuestro poder de expresarnos. Y así fuimos volviéndonos expertos en ocultar nuestras emociones y sentimientos. Nos volvimos especialistas en sonreír y limitarnos a decir a todo el mundo “estoy muy bien, gracias”, una respuesta automática para ocultar el dolor o el quiebre tremendo que llevábamos dentro porque no estaba permitido hablar o mostrar debilidad. Dejamos de reconocer y hablar de lo que sentimos por miedo a ser etiquetados y juzgados.
Vivir de apariencias no hace bien. Nos ponemos en ese rol de superhéroes y evitamos así procesar como corresponde lo que verdaderamente pensamos y sentimos. Muchos vivimos el síndrome de Batman, salimos a salvar al mundo detrás de un disfraz, pero luego volvemos a la baticueva y estamos completamente solos, estresados, tristes y vacíos. Se trata de dejar las caretas y mostrarnos como seres vulnerables. Seres que tienen sus días buenos y malos.
Nadie tiene una vida perfecta, por lo tanto, seamos honestos con nosotros mismos reconociendo lo que nos pasa y hablando sobre cómo nos sentimos. No para entrar en una postura de víctima o empezar a generar conversaciones negativas. El punto está en escarbar en nuestro interior para reconocer por qué sentimos lo que sentimos y empezar a trabajar desde ahí. Vivir ese proceso de sentir, reconocer y sanar eso que tanto nos cuesta.
Hace unos días una persona conocida me decía: “estoy cansado, quiero irme del lugar en el que estoy. Nada me gusta, solo hago mi trabajo porque soy obediente, nada me motiva, me cansé”, volvió a repetir. “¿Qué hay detrás de ese cansancio?”, le pregunté. “Nada, solo me cansé”, me respondió. Esa frase también cumple el papel de una máscara, porque no nos atrevemos a decir: “no estoy feliz, me equivoqué, no era esto lo que quería para mi vida y eso me pone triste y me hace también sentirme agobiado, paralizado, con miedo e inseguridades”. Hablemos con una persona de confianza o con un especialista de eso que nos pasa pero no nos dejemos consumir por pensamientos, sentimientos y emociones.
Tratemos de evitar ese bloqueo emocional y seamos sinceros con nosotros mismos. Está bien gritar, llorar, enojarse y descargar. Qué bien se siente cuando compartimos con alguien, lloramos, nos sentimos escuchados y contenidos. Pero mejor aún es cuando nosotros, desde la conciencia de quienes somos verdaderamente, nos miramos, nos reconocemos y nos entendemos desde todas y cada una de nuestras experiencias y emociones.
Te invito a que hagas también el ejercicio de escribir o depositar en un simple envase una partecita de vos, de tu mente, de tu corazón y de todo eso que te lleva a ser quien sos. No trates de complacer al mundo mostrándote como un ser poderoso y perfecto. Simplemente concentrate en correr tu propia carrera, seguro de vos mismo y humilde, sabiendo que el camino será duro, pero que la gratitud y el vivir intensamente te acompañarán todo el camino.