Carolina de Bestard
Directora Regional de Great Place to Work® para Bolivia, Paraguay y Uruguay.
Esta es una pregunta que cuando nos respondemos por lo general nos quedamos en la superficie, analizando lo que la organización nos muestra por fuera, como por ejemplo sus clientes, sus productos, su posicionamiento en el mercado o su crecimiento. Pero si nos quedamos en este simple análisis, podemos engañarnos y vernos tentados a imitar lo que se ve a la vista, es decir, mejorar los productos, aumentar los clientes, entre otras cosas. Sin embargo, para alcanzar la excelencia, no es suficiente, hay que buscar más profundo.
La excelencia es un estado de ánimo y una manera de vivir, de las personas, los equipos, y las organizaciones. Es algo que nos pertenece. Todos guardamos un deseo y potencial de grandeza, que mientras no lo alcancemos, vamos a estar insatisfechos. Nacimos para desarrollarnos y crecer lo más alto que podamos, aunque la vida nos vaya tapando ese deseo por el camino. Lo mismo se aplica a las organizaciones, todas se crean siguiendo un sueño, con el objetivo de crecer y prosperar. Por eso la primera decisión es volver a nuestra esencia, a replantearnos esas preguntas que nos devuelvan el entusiasmo a veces perdido, reconectando con nuestro propósito.
¿Qué es aquello que nos mueve a levantarnos cada día y a dar lo mejor? ¿Cuál es o quiero que sea mi contribución a esta sociedad, al mundo en el que vivo? ¿Cómo queremos ser recordados?
Si las respuestas movilizan nuestras emociones, estamos en buen camino, e inmediatamente nos pondrán en acción y nos ayudarán a levantarnos siempre de cualquier obstáculo por más difícil que parezca.
Las organizaciones excelentes tienen miembros que aspiran a estándares altos, que no quieren ganar una vez, sino siempre, que se superan a sí mismos, no a su competencia, que aprenden cada día de sus errores, y también de sus aciertos.
Trabajan para que sus equipos no se relajen cuando todo va bien, sino que los impulsan a ponerse metas más altas. No solo se preocupan por alcanzar resultados porque saben que ellos son la consecuencia del trabajo hecho a la perfección en el día a día. Y ahí se enfocan, cuidando cada detalle, generando una altísima confianza con sus colaboradores, para que los mismos repitan con los clientes con relaciones que sorprendan, cautiven y generen pertenencia y lealtad.
Por tanto si quiero que mi organización integre la lista de la excelencia, debo empezar tomando una decisión conmigo mismo, de comprometerme personalmente con el trabajo que implica observarme donde estoy, y estar dispuesto a pagar el precio de llegar a lo más alto, aspirando a logros que hasta me parezcan imposibles.
Finalmente, lo que distingue a una organización excelente de aquella que no lo es, es la calidad de su gente o la cultura que se refleja en todo lo que piensan, dicen y hacen. Cuando nos acostumbramos a vivir de esta manera, no hay vuelta atrás, sino más bien generamos un impulso que contagia y entusiasma a otras empresas, a sumarse en este camino.